Aotearoa, la tierra de la gran nube blanca
Parte III
Llegamos a Taupo a mediodía. El lago es enorme. Ocupa la misma superficie que Singapur. De momento, vamos a visitar las cataratas Huka, que están formadas por un torrente de agua tremendo que sale del lago Taupo y son el inicio del río Waikato, el más largo de Nueva Zelanda. Hay miradores y senderos que recorren todo el trayecto de las cataratas, que no son altas, pero sí largas. Más bien se trata de rápidos, que pueden navegarse con unos barcos especiales. La fuerte corriente espumosa desemboca en un remanso azul precioso. Todo está rodeado por una vegetación frondosa.
A continuación fuimos a visitar los cráteres de la luna. La zona es un valle desolado, con aspecto de caldera volcánica, algo más baja que la zona que lo rodea y una vegetación rala y quemada. Se llaman así por el aspecto lunar de la zona, que contrasta con la vegetación que cubre los bordes de la caldera.
Vimos humo saliendo de distintos puntos, como si la zona estuviera llena de hogueras. Huele a azufre. Es algo sorprendente a primer golpe de vista. Paseamos por los distintos cráteres. Hay avisos para que no te salgas de los senderos, ya que es peligroso por la temperatura. Se está calentito. Vimos fumarolas aunque en algunos hay agua y lodo hirviendo. No en grandes cantidades, pero se escucha el sonido del borboteo. Los cráteres contienen algo de vegetación, pero está quemada. Vimos un géiser raro que de vez en cuando escupía agua por un lateral.
Salimos de la zona y paramos en un punto de pícnic a hacernos una ensalada. No hacía sol pero la temperatura no era mala así que comimos a gusto. Mirando hacia el valle, vimos las chimeneas humeantes de las centrales térmicas, que proporcionan el 5% de la energía de la isla. En ese lugar hay también baños termales.

Por la tarde visitamos Orakei-Korako, que es el parque volcánico más próximo a Taupo, al que hay que llegar en un barco que va y viene constantemente.
Lo primero que vimos fue una especie de cascada de sílice que llega hasta el lago, por la que cae agua caliente. Sale humo de toda la superficie. Vimos los colores de los distintos materiales: el blanco del sílice, el rojo del óxido de hierro, el amarillo del azufre… en la superficie había pequeños agujeros con agua azul, así que lo llaman la Paleta del Pintor. Hay un pequeño brote de agua hirviendo, un pequeño géiser.
Vimos a nuestro alrededor vegetación espesa, con muchos helechos. Aprendimos que hay helecho negro, que alcanza 16 m de altura, y helecho plateado, que es el símbolo de Nueva Zelanda. Solo hay dos grutas en el mundo en zona geotérmica, esta es una de ellas y la otra está en Sicilia.
A eso de las cinco, acabamos la visita. Nos acercamos al muelle y el maorí que lleva el barco vino a buscarnos. Hizo una maniobra fantástica y Juanjo le felicitó.
Fuimos camino a Rotorua, para quedarnos en el cámping más cercano a Wai-O-Tapu, donde tenemos que estar mañana pronto porque hay un géiser que sale a las diez y cuarto, y los géiseres, cuando dicen de salida a una hora concreta, no hay regateo que valga.
Por la mañana me sorprendió el olor a azufre al abrir la puerta del coche. Como ayer debíamos estar impregnados de ese olor, no me di cuenta pero hoy ha sido una bofetada de olor por la mañana, aunque no es especialmente desagradable.
Nos fuimos a Wai O Tapu (agua sagrada en maorí). En la recepción nos dijeron que podíamos ver algo del parque pero que a las diez en punto teníamos que ir al géiser. Lady Knox —que es así como se llama— es una señora muy fina y hay que esperarla, porque ella no espera a nadie.

Iniciamos el recorrido por los cráteres, estanques de lodo y agua hirviente… en este parque se destacan especialmente los colores:
Amarillo: azufre
Rojo/ marrón: óxido de hierro
Naranja: antimonio
Negro: azufre y carbón
Blanco: sílice
Morado: manganeso
Verde: arsénico
El azufre a veces forma cristales que adoptan formas extrañas como si fueran racimos de estalagmitas. En uno de los cráteres, llamado los tinteros del diablo, hay grafito y petróleo. Cruzamos un paseo entablado que pasa sobre la piscina de color champán. A ambos lados hay agua humeante de distintos colores. Es un paseo precioso. Se llega a la piscina de champán que es de color rosado en sus orillas, verde esmeralda en el centro y un burbujeo de finas burbujas que asemejan un champán bueno. Es la estrella del parque, aparte de lady Knox, que ya nos está esperando.
Salimos a por el coche porque hay que conducir unos minutos para llegar al géiser. Lady Knox tiene un metro y medio de alto y es de color blanco. Humea sin parar. A las diez y cuarto un señor llega con un paquetito y nos explica las características del géiser mientras mira de vez en cuando en su interior. Cuando cree conveniente echa un paquete de jabón.

Entiendo que el jabón, cuando el géiser tiene la suficiente presión, rompe la tensión superficial para que el agua salga. Esto puede durar de uno a cinco minutos. Esta vez ha tardado más. El hombre echa un vistazo de vez en cuando a la boca del géiser mientras nos cuenta cosas y, en un momento dado, sale pitando. Vimos que el agua intentaba salir del agujero hasta que estalló en un fuerte chorro que alcanzó unos veinte metros. A veces bajaba la intensidad y otras se animaba. Nos habían dicho que duraba muy poco, pero hemos estado casi media hora viéndolo y cuando nos hemos ido seguía echando agua sin ninguna pinta de parar.
Volvimos al parque para continuar el recorrido, que es largo. Lo retomamos en la piscina de champán, aunque, por el camino no pude resistirme a tomar unas fotos del baño del diablo, que tiene un color verde alucinante, debido al arsénico.

La piscina de la ostra está en medio de un lago llamado sartén plana y, efectivamente, parece una ostra. Fuimos al lago Nagakoro donde hay un pequeño salto de agua que acaba en otro lago de un verde esmeralda intenso. Pasamos por la selva nativa que contiene helechos y donde se escucha el canto de distintos tipos de pájaros. Hay un cráter llamado nido de los pájaros donde anidan estorninos y mynahs. Son tan cucos que ponen los huevos en oquedales del cráter y este se los empolla con el calor. Hay muchos cráteres de distintos colores, el recorrido tiene veinticinco puntos para observación.
Nos marchamos oliendo a azufre, con toda seguridad, aunque ya no nos dábamos cuenta. Nos dirigimos en coche hacia el lago Rotorua, que está rodeado de fumarolas. Nos metimos por una calle estrecha de la ciudad, porque nos hemos equivocado de dirección, y vimos que de los jardines de las casas salían columnas de humo. A veces las tienen canalizadas con tubos. Otras, salen a su aire, pero hay jardines llenos de humo.
Vimos muchos cisnes negros en la orilla del lago, y aprovechamos para retratarlos de cerca. Había crías de color pardo y hermosos cisnes con picos muy rojos. Después de dar un pequeño paseo cogimos el coche para seguir por el borde del lago. Llegamos a una rosaleda junto al edificio victoriano del museo. Hay también una construcción maorí que alberga una barca muy larga tallada.
Llegamos a la Punta del Azufre ya puede suponerse a qué se debe el nombre. Para llegar allí se pasa por zonas geotérmicas, pero ya no nos paramos a ver si hay lodo o solo fumarola. En la punta hay una isleta con muchos pájaros: cormoranes, gaviotas, patos, gansos, cisnes.
Nos dirigimos hacia la costa. Rotorua pertenece a la provincia llamada bahía de Plenty, por la abundancia en sus cultivos. Es la zona donde se cultivan los kiwis. Vimos que la carretera bordea el lago, así que buscamos un sitio con mesas para parar y hacernos una ensalada para acompañar los pasteles. Curiosamente, la carretera recorre una zona industrial y no vimos el lago para nada. Miro a Matilde y al mapa, pero vamos bien. Entramos en bosques, donde pensábamos que habrá mesitas, pero no encontramos ni un sitio para apartarse un poco. Nos resignamos a llegar a la costa antes de poder comer.
Tauranga es una ciudad grande que da a una bahía grandota. Tiene un puerto con muchos barcos. Cruzamos la bahía por un puente y llegamos a la isla donde está la playa.

La playa tiene muchas dunas y caracolas. Es muy, muy larga y acaba en un monte. Hay letreros que indican que no se pise la vegetación de la duna, que está rodeada de una valla pequeña, para protegerla.
Recorrimos un poco esa playa y regresamos hacia la carretera principal pasando por otro puente. Tuve que ir poniendo a Matilde puntos de la costa porque si no, nos dirigía para el interior porque ser más rápido. Mirando mapas y folletos, vi que una parte de costa de la que había visto fotos muchas veces pero no sabía dónde estaba, se encontraba un poco más al norte, en Coromandel. Mi idea era llegar al norte de esa provincia, e ir al día siguiente desde allí a Auckland, por la costa. Curiosamente, mientras iba poniendo en el GPS pueblos de la costa, la carretera nos llevaba por bosques de interior, reservas preciosas, pero no era lo que queríamos. En cuanto podíamos, bajábamos a ver los contornos de la costa. En esta zona hay playas preciosas.
Echamos gasolina en Tuara que tiene una bahía con un monte que, al estar la marea baja, parecía el monte Saint-Michel. Luego nos dimos cuenta de que la bahía está repleta de islas del mismo aspecto.
Pasamos por un bosque donde hay kauri, una madera dura que suelen tallar. Los árboles tienen la corteza muy lisa.
Llegamos a la playa de agua caliente. Esa playa tiene rocas de colores y una filtración de agua caliente. La gente cava pozas (tiene que ser con pala de verdad, nada de palitos de juguete). Al cavar, sale el agua ardiendo y la gente se baña dentro. En ese momento, había un grupo de japoneses.
Fuimos a la cueva de la Catedral, la costa que acababámos de descubrir es la que había estado preguntándome todo el viaje que dónde demonios andaba. Llegamos a verla, pero no pudimos llegar hasta ella porque hay 45 minutos de camino y ya estaba anocheciendo. La bahía estaba llena de islotes y algunos son rocas perforadas con cuevas o túneles. Allí rodaron alguna escena de Crónicas de Narnia.

Al día siguiente pensábamos ir a Coromandel, pero llovía tanto que no tenía mucho sentido, así que pusimos rumbo a Auckland. Quería ver el museo de Auckland, porque no habíamos visto casi nada de cultura maorí esta vez. Llegamos al museo y sacamos la entrada, también para una representación de música y danza.
Por el hall del museo paseaban maoríes con lanzas haciéndose fotos con la gente sacando la lengua. En el museo empezamos visitando una casa de reunión, en la que había que descalzarse para entrar, y vimos piezas de arte selectas de Polinesia, de Papúa y de otros lugares. Nos llamaron para ir a la representación, que duraba media hora. Nos enseñaron instrumentos musicales, de baile y de guerra. Cantaron canciones y bailaron, acabando con una Haka.
Luego seguimos visitando el museo que tiene muchas tallas maoríes, una barca enorme tallada, instrumentos musicales, armas, moais pequeños, dinteles de puertas y otros adornos de las casas de reunión, etc. También contiene fauna, flora, geología (volcanes), una imitación de un pueblo de 1800, ropas y juguetes antiguos.

Entre la fauna están los kiwis y los moas. Lo de los moas nos ha tenido todo el viaje con la misma conversación. Cada vez que llegábamos a un sitio, Juanjo me preguntaba invariablemente:
—¿Había maoríes por aquí?
—Sí.
—¿Y qué hacían?
—Cazaban moas.
—¿Y para qué?
Al principio le decía que eran para comer, porque eran fáciles de cazar y tenían mucha carne, pero acabé cambiando el rollo.
—Para extinguirlos.
La verdad es que los moas, alguna especie era muy grande como de tres metros, acabaron extinguiéndose porque los maoríes se los comieron todos.
Nos fuimos a hacer la maleta porque al día siguiente partíamos para Australia.
Kia Ora