Un paseo por el pueblo siciliano que Franco Battiato eligió para vivir. Su casa se abrirá al público próximamente como museo.
La subida a Milo se torna un tanto liosa, angosta, enmarañada. La falda del volcán parece estar plagada de casas y chalets que no dejan paso a un trozo de campo libre. La vía es estrecha, tiene baches y parece que no lleva a ningún sitio interesante. Pero continuamos conduciendo hacia arriba, siguiendo los carteles que señalizan con la majestuosa palabra: Etna.
El gigante buono tiene 3350 metros y es el volcán más activo del Mediterráneo. Su presencia —casi desde cualquier punto de la isla— es poderosa, con su manto blanco y humaredas. Tiene el faldón muy ancho y la subida hasta nuestro destino se demora por más de una hora. Intuimos que estamos cerca cuando desaparecen las casas a nuestro alrededor y las copas de los árboles empiezan a cubrir la carretera. Serpenteamos por un lateral de la montaña: a nuestra izquierda la sombra fresca de un bosque de robles y castaños, a la derecha y ya muy abajo, el mar. Seguimos cierta ruta en diagonal. Un cartel anuncia la llegada: “Milo. Ciudad de la música y del vino”.

Milo es el pueblo más alto del Etna, a 750 metros sobre el nivel del mar. Sus calles, en desnivel, son una invitación del volcán a seguir ascendiendo hasta su cima. Si continuáramos conduciendo por la carretera más allá del pueblo, a los pocos kilómetros comprobaríamos cómo termina el bosque donde se abrió camino la lava, dejando ahora un campo de malpaís salpicado de flores de colores intensos. Allí comienza el Parque Natural del Monte Etna.
Milo comenzó a poblarse a partir del siglo XIV, en torno a la iglesia de San Andrés que mandó construir Juan de Aragón —regente de Sicilia— cuando se refugió aquí para escapar de la peste. Por eso, el escudo de armas de Milo lleva los colores amarillo y rojo aragoneses y el lema del pueblo es, desde entonces, «In memore milensi salus»: salud en el bosque de Milo.

También huyendo pero de la peste de los grandes medios y la gran ciudad, el cantautor Franco Battiato encontró en Milo su refugio hace poco más de treinta años. Se instaló en Villa Grazia, una casa en la colina, de color rosa siciliano y rodeada de verde. Battiato ha pasado aquí sus días creando, leyendo y meditando, guarecido por el volcán y el mar jónico. En este rincón del mundo, cercano a su Riposto natal, ha vivido compartiendo con amigos, respirando el aire fresco de este balcón desde el Etna a la inmensidad.
Franco Battiato ha dejado sus años felices a sus amigos, las canciones —cuya poética y filosofía no dejan a nadie impasible— a su público, y al pueblo de Milo, su casa. La Superintendencia de Catania ha iniciado el procedimiento de declaración de interés cultural para Villa Grazia. Tras este proceso —que puede llevar cerca de 120 días— se abrirá al público como museo. Así es como con gran generosidad Battiato permite dejarnos entrar en su mundo; comparte su intimidad, sus espacios vitales, nos deja acercarnos para que, quizá, podamos conocerlo un poco mejor.

Hoy, pocos días después de su marcha —si es que se ha ido, «we never die, we were never born»—, Villa Grazia sigue llena de rosas y tarjetas de agradecimiento. Desde el 18 de mayo, en toda Sicilia se abrieron las ventanas de las casas, las oficinas y las tiendas de par en par para poner a todo volumen sus canciones. Una especie de honra colectiva, unidos por la misma frase voglio vederti ancora danzare (quiero verte bailar de nuevo). El paseo marítimo de Catania también llevará su nombre.
Qué ver en Milo
La cita en Milo se convierte, por tanto, en inexcusable. El pueblo siempre estuvo vinculado al agua por la cantidad de manantiales que provenían de la montaña. Son muchas las fuentes que se encuentran a cada paso, la más conocida es la Fuente del Renacimiento, construida con piedra volcánica en 1911 y que fue un antiguo abrevadero. La palabra Milo proviene del griego ‘mylon’ que significa molino. Hay también un molino de agua del siglo XIV.
Desde la Piazza Belvedere la vista es asombrosa. Puede verse Taormina —de hecho, se puede apreciar incluso los contornos de su teatro griego— y el panorama es tan amplio que la vista llega a alcanzar hasta el golfo de Siracusa. Es visible prácticamente toda la costa este de Sicilia y Calabria, pues desde aquí parece que puede tocarse con un dedo el espacio de mar que hay entre la punta de la bota y Mesina.

Milo, ciudad del vino
El clima de Milo, la cercanía con el mar y la presencia del volcán hace que tenga las condiciones perfectas para que esta tierra produzca un vino especial. En 1968 consiguió su propia denominación de origen con sus tres tipos de vino: el Etna tinto, rosado y su especialidad, el Etna bianco superiore, que es el que le ha otorgado el sobrenombre de «ciudad del vino». La vid se cultiva en terrazas.
Milo tiene una finca vitivinícola histórica, la bodega Barone di Villagrande, activa desde principios del siglo XVIII y considerada parte del patrimonio siciliano. Se puede visitar a través de tours guiados que incluyen catas de vino, siempre rodeados del paisaje especial de Milo y sus vistas al mar.

Isla de sabores
La gastronomía siciliana es, sin duda, de las más variadas del mundo. La herencia de los distintos pueblos —griegos, romanos, árabes, españoles— ha enriquecido la cultura y el paladar. Cuscús de pescado en la zona de costa, arancini (bolas de arroz empanado y frito relleno de ragu, guisantes y mozzarella), sfincione (pizza siciliana de forma cuadrada, con pecorino y anchoas), cannoli (barquillos rellenos de ricota dulce), pasta con sardinas y tagliatelle al pesto de pistacho. Este fruto es conocido como el oro verde de Sicilia. Al otro lado del Etna, en Bronte, se encuentra un bosque de pistachos con denominación de origen, conocidos en todo el mundo. En Sicilia, hasta los embutidos llevan pistacho. Para todos aquellos que viajen más ajustados, pueden hacerse con pan siciliano y embutidos en cualquier tiendita de pueblo. Bocadillos de queso fresco, salami con peperoncino, prosciutto, salsiccia secca (chorizo) o mortadela serán un manjar para probar productos típicos de la zona.
Es cierto que cualquier restaurante de Sicilia que escojamos para comer será un acierto, pues cuidan su cultura culinaria como deben cuidarse a sí mismos: con cariño y dedicación. Cualquier plato del menú del restaurante 4 Archi, ubicado en una casona antigua acogedora en el centro de Milo, acompañado de vino de la zona, es un ritual delicioso que no lograremos olvidar fácilmente.
Otro lugar muy recomendable para comer en Milo es Gli amici de Milo , el trato del chef Sergio con sus recomendaciones y cómo está decorado el local, hacen sentirse querido y como en casa.
Milo es un destino —dentro del propio viaje que es Sicilia— que merece ser tenido en cuenta para los amantes de la naturaleza, la gastronomía y Franco Battiato. Un sitio donde encontrar tu centro de gravedad permanente.
3 comentarios
Que bien. Que ganas de viajar..Gracias por esta entrada a Sicilia por la vía de F. Battiato.
¡Magnífico artículo Alba!
Me he trasladado con tus palabras a tan bello lugar.
¡Gracias!
Gran artículo sobre el universo más concreto de Il Nostro. Espero probar algún día un vino de bodega Barone di Villagrande,