Capítulo I – Ballenas y Bahía San Julián
En 2014 iniciamos un viaje alrededor del mundo cuyo hilo conductor era la expedición de Magallanes. A día de hoy, se celebran los 500 años de su expedición para llegar a las Islas de las Especias por la Ruta de Poniente. Era importante encontrar esta ruta porque el camino oriental estaba controlado por Portugal en virtud del Tratado de Tordesillas. Tras el descubrimiento del Mar del Sur (Pacífico) por Balboa, era prioritario encontrar un paso que llevara a las islas por ruta española.
A ellos les llevó más de dos años de azaroso viaje. Nosotros, en 4 meses, llegamos a algunos de aquellos lugares increíbles. De este viaje nuestro voy a relatar algunos de los hitos más curiosos.

Tras visitar Montevideo y Buenos Aires, hermosas ciudades ambas con fantásticas librerías, emprendimos parte del recorrido de Magallanes al llegar al Río de la Plata por barco. Viajamos en autobús hacia la Patagonia y nos acercamos a ver la ballena franca del sur en Península Valdés, que es una ensenada próxima a Puerto Madryn donde se aparean, paren y crían a los ballenatos. Es una visita que ya habíamos hecho en otros viajes pero es maravilloso ver de nuevo las ballenas saltar y nadar con los ballenatos. En esta ocasión me he enterado de algo descorazonador. Las gaviotas suponen un problema serio, picotean el lomo de las ballenas y sus crías abriéndoles grandes agujeros en el lomo. Las gaviotas, que son carroñeras y les gusta la basura, buscan comida fácil antes que pescarla por sí mismas. Me dice el copiloto del barco en el que vamos a verlas que ese comportamiento es nuevo. Es así desde hace aproximadamente 15 años y piensan que derive de las costumbres humanas de tirar desperdicios y ponérselo fácil a las gaviotas. Estas ya han perdido, por tanto, la costumbre de trabajar, y van a por el «dinero fácil». En su caso, carne a la vista y sin cazar -no sé si os suena esto- pero a las ballenas les hacen heridas y me dice el copiloto que es un problema que no saben cómo solucionar.

Tras esa parada hicimos un largo viaje en autobús para llegar a Bahía San Julián, donde Magallanes pasó el invierno. Nosotros tuvimos que enlazar autobuses y llegamos a las 2 am.
Al llegar tan tarde esa noche fuimos disparados al hotel y ni miramos alrededor. Juanjo estaba muy contento, porque habíamos visto una cruz que indica que aquí se celebró la primera misa en territorio argentino. Aunque nuestro afán religioso es igual o menor que cero, el hecho simbólico es lo que indica el primer acercamiento a estas latitudes por europeos.
Al día siguiente al ir a desayunar en el salón del hotel, nos dimos cuenta de que estábamos justo enfrente de la bahía y que delante de nosotros se erguía, impávida al viento, la reproducción de la Nao Victoria.
Dábamos ambos brincos de contentos. La Bahía San Julián es un abrigo natural de difícil acceso, aunque estos barcos podían entrar con mucho cuidado. Hay una punta donde solían parar sin meterse dentro de la Ensenada pero, al estar las condiciones climáticas un poco adversas Magallanes, que llegó el 31 de marzo, decidió quedarse allí a pasar el invierno con el correspondiente motín.

La búsqueda del paso al “Mar del Sur”, como denominó Balboa al Pacífico, les hacía enviar embarcaciones a recorrer cursos grandes de agua, como el Río de la Plata, por si era el paso buscado. Al encontrar nada más que agua dulce, los barcos enviados retornaban a comunicarlo. Eso ponía muy nerviosos a algunos de los marinos, que estaban por hacerse con el mando de la expedición. Por tanto y, ante la perspectiva de adentrarse en latitudes heladas, la decisión adoptada fue buscar un sitio donde poder pasar el invierno y salir cuando hubiera templado el tiempo. Una de esas expediciones, mientras hacían la invernada, condujo a la pérdida del bergantín Santiago, que se estrelló contra las rocas un poco más al sur, al intentar explorar el río Santa Cruz, por si era el paso buscado. Un río que nace en el Lago Argentino, cuyo famoso glaciar Perito Moreno fuimos a visitar en días posteriores. Los que naufragaron volvieron a San Julián por tierra, pero casi enloquecen de hambre y frío.

Un pelín harto de motines y gansadas, Magallanes decidió hacer valer su autoridad y ejecutó a dos de los jefes, que iban de listillos y ya se le habían encarado varias veces e intentado un motín, además de asesinar a alguno de los leales.
Mientras estuvieron en San Julián, hubo una conjura para asesinar a Magallanes. Juan de Cartagena, el veedor y Luis de Mendoza, el tesorero, estuvieron en la conjura. Ambos fueron asesinados por sus hombres. Gaspar de Quesada, unos días más tarde, quiso organizar otra conjura y fue desterrado, junto con un clérigo a la Isla de la Justicia –de ahí su nombre- que está en la Ensenada, con agua y alimentos para una temporada junto con un amigo, un capellán aliado con el amotinado. No podía ejecutarlos porque uno tenía cargo de veedor y el otro era un religioso, así que decidió que el castigo fuera divino y que Dios decidiera qué hacer con ellos.
Los Patagones, de talla gigante, -Juan Gigante, llamaron a uno de ellos- supongo que medirían como 1,80 m- eran gente amigable, por lo general, así que consideraron que aquel era un sitio relativamente cómodo para pasar la época de temporales, ya que estaba el tiempo peligroso para los barcos.
Además, los marinos tuvieron el problema del escorbuto en muchas ocasiones por la falta de alimentos frescos. Las encías se les hinchaban, sobrepasándoles los dientes y les impedían masticar. En San Julián, disponían de alimentos y, por tanto, finalmente se quedaron cinco meses. Magallanes los entretenía carenando y poniendo a punto las embarcaciones para que no se aburrieran y les diera por volver a amotinarse.
Los indios les suministraban alimentos, a cambio de espejitos y cosas así. Por la descripción de Pigafetta, parece que iban vestidos y calzados con pieles de guanaco, de los que también se alimentaban. Las cuerdas de los arcos estaban hechas de las tripas de ese animal, y las puntas de flecha, de pedernal.
Las 4 naves supervivientes, relucientes después de los arreglos hechos, salen de San Julián el 24 de agosto y… cuando lleguemos al siguiente hito, os seguiré contando.

Tras el reparador desayuno salimos a ver la Nao, a la que yo hice un montón de fotos. Me he vestido de invierno porque, aunque el sol resplandece, no me fío. Llevo camiseta de manga larga y chaleco polar. Hace frío. El viento no es muy fuerte, pero helado. Veo salir a Juanjo del hotel. Como dentro hacía calor y veía que el sol lucía salió en camiseta de manga corta y sandalias, hasta que se dio cuenta del error y volvió a abrigarse.
Cogí una chaqueta más e hice bien: el viento cada vez es más fuerte y más frío. Mi chaqueta impermeable lleva una capucha que se cierra hasta la nariz. Acabo subiendo la capucha y cerrándola entera para proteger del viento las orejas, garganta y cabeza. Imposible quitarme las gafas de sol. El sol es fuerte pero, aunque acaba nublándose, el viento que viene del polo sur hace necesario proteger los ojos. Según la latitud en la que estés el viento tiene un nombre propio. Estamos en 40 Rugidores. La latitud es de 49 grados sur, así que esperamos vientos más fuertes y fríos en adelante. Realmente, fue una buena decisión de Magallanes la de quedarse a pasar el invierno en esta bahía.
BIBLIOGRAFÍA
Fuente Ramos, Mercedes de la. Crónicas desde la Costa.
Sánchez Sorondo, Gabriel. Travesía al fin del mundo. Ed. Nowtilus, 2006
Pigagfetta, Antonio, Primer viaje en torno al globo, Ed, Calpe, Madrid, 1922
Sánchez Sorondo, Gabriel. Magallanes y Elcano, Travesía al fin del mundo, Ed. Nowtilus
Un comentario
La ruta es un maravilla poniendo imginacion para q es de hoy en dia
Extraordinario Mercedes