FOCAS, FAROS Y ESCRITORES DEL FIN DEL MUNDO. UN RECORRIDO CIRCULAR POR EL PAISAJE E HISTORIA DE UNA DE LAS ISLAS MÁS BIODIVERSAS Y ENIGMÁTICAS DEL ARCHIPIÉLAGO CANARIO

Frente a la costa sur de la isla de Lanzarote —cuando no hay calima— flota una isla que parece un sombrero. Y si se aguza la vista —y nos dejamos llevar por el niño que fuimos, como aconsejaba José Saramago— se descubre por qué: es la boa que ingirió al elefante en El Principito. Curioso que a solo 126 km de allí, en Tarfaya —costa africana— Antoine de Saint-Exupéry trabajara como responsable de escala de la compañía aérea francesa Aéropostale. Era 1927 y datos apuntan a que fue el lugar donde encontró la inspiración para más tarde escribir su cuento universal. Hoy, en un rincón de esa ciudad africana, se erige un museo dedicado al escritor. Pueden encontrarse, entre otras curiosidades, dibujos originales del autor esbozando a su pequeño protagonista.
Y esta isla sombrero de la que hablábamos en un principio, también tiene nombre de cuento: Isla de Lobos.
Desde el sur de Lanzarote se puede observar las señales que envía la isla deshabitada. Una luz parpadea de forma irregular desde el extremo izquierdo, como enviando un mensaje cifrado. Es el faro de Punta de Martiño que desde 1865 emite su patrón lumínico para alertar a los viajeros del mar. Una luz de mafasca en medio de la inminente negrura.
ISLA DE LOBOS
Parque natural desde 1982
4,5 km cuadrados
Punto más alto: Volcán La Caldera con 127 m.
Cupo de entrada: 400 personas diarias desde 2019
15 minutos en bote desde Corralejo, Fuerteventura.
Deshabitada

El faro de Martiño —de estilo neoclásico, en tono amarillo y piedra negra— por su infraestructura y traslado de materiales tuvo un proceso de construcción dificultoso. Se transportaron piedras de basalto en camello desde Fuerteventura, que después viajaron en barco y una vez en el islote, a lomos de los burros majoreros que había en Lobos. La cal llegó desde Fuerteventura y Lanzarote, además de madera de tea de pinos de Gran Canaria.
La noche del mundo iluminada por los faros: Lights at see
Los faros, en ocasiones contemplados como lugares románticos y lejanos, sin más propósito que la vida en soledad para los que los habitaran, con la responsabilidad concienzuda de emitir la luz de alerta permanente a los barcos, fueron medio de vida para muchas familias hasta mediados del siglo XX. En este faro del islote de Lobos nació Josefina Pla en 1903. Poeta, una de las primeras periodistas de América Latina y precursora del feminismo en Paraguay, país donde residió la mayor parte de su vida, describió así su infancia en este enclave:
«La Isla de Lobos, donde nací, verruga en el mar de la epopeya definitiva en la conquista del planeta, es una estampa que me construyeron; como la de la tormenta que fue orquesta en el nacimiento, o la del charco con los pececillos “impescables” (…) tuve una niñez relativamente feliz, digo relativamente porque tenía a otros niños con quienes jugar. Había rocas por doquier y algunas pocas plantas raquíticas. A veces el paisaje era desolador y deprimente. Lo único que me sacaba de mi estado melancólico eran las gaviotas. Me pasaba horas y horas estudiando sus vuelos y comportamientos. Creo que aquella vida en medio de la nada, rodeada del mar insondable y del horizonte lejano fue templando mi espíritu para mi vida futura. El trabajo de mi padre era duro y de gran responsabilidad. De él dependía la navegación de los barcos, que no encallaran o naufragaran y llegaran a buen puerto».
Nº internacional: D-2786
Latitud: 28 45,80N
Longitud: 13 48,80W
En la actualidad no está habitado (lo estuvo hasta 1968). Se puede visitar por fuera y alrededores.
Ritmo de la Luz: 1 oc 3 L 1 oc 10
Periodo de la luz: (s) 15.0
Color de la luz: Blanco
Un busto de la escritora recibe al visitante al pisar la isla. Su mirada se dirige lejos, al océano, sin reparar en que a su lado yacen unas esculturas de las desaparecidas primeras pobladoras de este territorio: las focas monje (Monachus monachus) que dieron nombre al islote.

Focas monje del Mediterráneo
En el pasado, la población fue muy abundante en todos los archipiélagos de Macaronesia (Canarias, Madeira, Azores y Cabo Verde) y costa de África (desde Marruecos a Mauritania).
Los conquistadores normandos que se asentaron en el islote de Lobos para preparar la conquista de Fuerteventura (principios del siglo XV) se alimentaban con carne de lobo marino y fabricaron calzado con su piel.
En el siglo XIX los pescadores de la zona acabaron con la población de focas definitivamente, al pensar que reducían el número de sus recursos de pesca.
En la actualidad, viven dos colonias en la costa africana (Cabo Blanco en el Sahara Occidental y Mauritania) y en las islas Desiertas de Madeira.

Comienza, entonces, el periplo por esta pequeña isla de microclimas y contrastes. Un paisaje de grandes similitudes con cualquiera de las Galápagos (Ecuador). Tierra seca salpicada de rocas volcánicas, tabaibas y aguas azul turquesa que rebosan vida. Casa de aves como la pardela cenicienta, el paíño común, petrel de Bulwer, el águila pescadora, pardela chica o la gaviota patiamarilla. La isla, incluso, tiene una habitante endémica: la siempreviva de Lobos (Limonium ovalifolium canariensis).
El centro de visitantes situado a las espaldas de Josefina Pla da al viajero la información necesaria sobre la historia y curiosidades del parque natural marcando, así, el inicio de la jornada de paseo en la naturaleza.
Junto al centro de interpretación comienza el sendero que recorre la isla en forma circular. Desde este punto, se necesitan cincuenta minutos para llegar al faro Punta de Martiño por cualquier dirección que se tome. En este caso, seguiremos el sentido de las agujas del reloj y nos dirigiremos a la playa de la Concha o de la Calera. Limpia, tranquila, blanca. Como cuando los inicios del mundo. Y como en Lobos casi todo son curiosidades, en este lugar se encuentra un yacimiento arqueológico peculiar. En 2012 se encontraron ánforas romanas del siglo I a.C. y restos de lo que fue un taller de púrpura, además de manifestaciones que demuestran que fue un lugar de explotación de recursos marinos. Se encontraron concheros de stramonita, un molusco del que se extraía la púrpura para después utilizarlo como tinte. Y todo fue por el encuentro casual de un trozo de cerámica por un turista en esta playa.

Continúa el camino hacia el norte, se atraviesan zonas de aulagas y tabaibas. Al frente, la montaña de la Caldera, el punto más alto del islote. A sus pies, las salinas del Marrajo y su molino. Durante el trayecto al faro, el visitante sentirá que esta isla tiene algo muy distinto a sus vecinas Fuerteventura y Lanzarote, una mezcla de ambas, quizá, o un espejo a lugares del otro lado del mundo.
Al fin, en el extremo de la isla, el faro de Punta de Martiño. El abuelo de Alberto Vázquez-Figueroa fue otro de sus fareros y la madre del escritor nació aquí. Escribía artículos que enviaba a periódicos y dedicó casi todo el tiempo a leer. Creó una biblioteca en el interior del faro, e incluso, compartía sus libros enviándolos a compañeros torreros de los faros de las otras islas. Estelas de palabras, esperanza y amistad navegaban por las Canarias. Antonio Hernández fue el último farero y desde que se automatizó el faro en 1968, los pocos habitantes de la isla empezaron a desalojarla. En sus años de vigía del mar, Antonio encendía una hoguera cuando debía avisar al médico de urgencia como cuando su esposa se ponía de parto, y llegara lo antes posible desde Corralejo. En los últimos años se comunicó por walkie-talkie. Ahora, uno de los colegios de Corralejo, como homenaje, lleva su nombre, CEIP Antoñito “El farero”.
Desde donde se encuentra la torre que hoy guarda la luz que se envía de forma automática, se observa, imponente y sensual, Lanzarote. Pueden sentirse aquí las largas horas, sentimientos y pensamientos que el aislamiento y el océano podían provocar a los habitantes de este lejano rincón del mundo.
Mirando hacia el sur, casi a punto de recomenzar camino, se observan unas charcas, marismas donde viven aves y patos. Insólitas, un paisaje del que sus islas vecinas carecen y consideradas de las más importantes de todo el archipiélago. Siguiendo el camino por el extremo oriental atravesaremos más, conocidas como “Las lagunitas”.

Pronto, cerramos el círculo y llegamos a buen puerto. Unas casuchas dibujan lo que parece una aldea. Se trata de “El puertito”. Las únicas edificaciones que tiene la isla, unas antiguas chozas de piedra construidas por los pescadores de la zona y un restaurante que fundó Antoñito el farero que sigue en funcionamiento, regentado por sus descendientes. Se cuenta, que los pocos viajeros que llegaban a Lobos en los ochenta, tras el periplo narrado, les esperaba Antoñito —que averiguaba cuántos viajeros desembarcaban a diario— con un arroz negro con lapas. Hoy en día es mejor reservar mesa, pero sigue siendo un gran lugar donde reponer fuerzas, con vistas espectaculares al pequeño puerto, donde se puede nadar rodeado de peces.

Lobos, desierta y extraña. Su destello vivirá en la memoria del viajero. Lugar con personalidad propia que preservar, cuidar y no olvidar que aquí, siempre, impera el silencio.

Un comentario
Qué bonita descripción. Destino anotado para vida post-virus