Mi vuelta al mundo persiguiendo a Magallanes
Capítulo IX
Continuamos la ruta por Tasmania en el antiguo pueblo ballenero de Bicheno, donde nos han comentado que se ven pingüinos al atardecer. A pocos metros de la costa está la Isla del Gobernador, donde viven muchos tipos de aves. La isla es de roca blanca, pero no sabemos si ese color es natural o se debe a las deposiciones de las aves. El agua es muy clara y un anuncio dice que es perfecto para bucear por su arrecife coralino.

St Helens se marca en los mapas con un punto que hace creer que es un pueblo grande, pero recorrerlo de cabo a rabo no lleva más de veinte minutos. Hay un puerto con un par de restaurantes, uno de ellos en un barco atracado, una zona de aseos y pícnic junto al puerto, una calle principal poco transitada, un supermercado, un restaurante familiar, el alojamiento donde nos quedamos y una panadería.
Retrocedimos un poco, en dirección a Beaumaris para coger un desvío a Stieglitz. Está en una península al sur de St Helens, antes de Beaumaris. Hemos recorrido la península, tiene muchos accesos a playas y embarcaderos. Hay lagunas pegadas al mar, separadas por unos estrechos tramos de vegetación. Suponemos que las lagunas se formarán por filtraciones del agua de mar, pero las hay de color verde intenso que contrastan con el azul del mar. Hay otras lagunas pequeñas en las mismas playas, formadas por recintos de piedra en los que entra el agua de mar. Las rocas son de color naranja intenso y hay playas con césped.

Recorrimos despacio la península, como los desvíos para ir a las playas parecen estar a larga distancia, no paramos nada más que en el extremo para volver a la carretera principal. Nos dirigíamos a Binalong donde empieza la Bahía de los Fuegos.
Binalong es una zona residencial grande y sus playas son de roca naranja. Continuamos la ruta por la costa hasta The Gardens. Esta parte está poco urbanizada y las playas están desiertas. Paseamos por las rocas. La arena es de un color blanco resplandeciente a causa del cuarzo que contiene y además tiene la textura de la harina que contrasta con las rocas anaranjadas. El color se debe a los líquenes. Son asombrosas, de una belleza peculiar. Apenas hay vegetación, solo eucaliptos quemados. Leemos que el nombre de la Bahía de los Fuegos se debe a que los aborígenes quemaban sistemáticamente la vegetación para renovar las plantas. Por eso apenas hay árboles.
Queríamos llegar a Anson Bay que está un poco más al norte, a la ida hemos visto el desvío pero fuimos incapaces de encontrarlo después.

El camino a Laucenston resulta bastante largo porque pasa por carreteras de bosque con muchas curvas. Pasamos Scottsdale casi sin enterarnos. Por el camino, los bosques nos mostraban eucaliptos y helechos.
Después, fuimos a hacer las rutas típicas que aparecen en los folletos. La ruta transcurre paseando por edificios históricos de la ciudad, de principios de siglo XX. Hay uno en concreto, de estilo Reina Ana al que parece que a la gente de la época no le gustó demasiado porque les resultaba muy recargado aunque, la verdad, al verlo, además de unos relieves no muy descarados sobre el frontal, el resto era bastante austero.
Vimos el primer edificio de la cerveza Board, junto con la Cascade, las típicas de Tasmania. El edificio original es una monada, pero junto a él se ve el resto de edificios que se han ido añadiendo, dando lugar a un complejo industrial bastante grande.
Fuimos a ver la zona del río, la garganta —The Gorge— y su puente. Al llegar, hemos entrado en el sendero que lleva a las cascadas, que marca 15 minutos de recorrido, así que hemos podido ver The Gorge y las cascadas. Hay muchos senderos, y unas piscinas. Lo más llamativo es que la garganta está en medio de la ciudad. El río baja caudaloso y sonoro, abriéndose paso entre rocas muy grandes.

Ciudades en ruta
Continuamos la ruta. Montamos en el coche y miramos los folletos y mapas para ver hacia dónde iremos. Aunque tenemos un itinerario establecido, solemos improvisar sobre la marcha. Nos conviene acercarnos a Hobart, la capital de Tasmania. Decidimos viajar por la ruta histórica, ya que nos la habían recomendado los australianos en el barco de Chile.
Las ciudades están a media hora, aproximadamente, entre sí. Hemos parado en todas las ciudades que señalaba la ruta. Disfrutado viendo los edificios de cada una de ellas, tiendas de antigüedades, calles y ambiente en general. En Campbell Town había muchos edificios históricos, un hospital muy bonito en su parte original y una iglesia. Visitamos un anticuario donde había muchas objetos interesantes a buen precio, pero muy frágiles para nuestro viaje. A lo largo de las calles hay baldosas alineadas en las que figura el nombre de un preso, el barco en el que llegó, el delito, la sentencia y qué hizo después. La mayor parte de las sentencias eran de 7 años. Muchas por robo, muchas veces de comida. Por ejemplo, una de ellas señalaba el robo de un reloj supuso una sentencia de 14 años.
La ciudad de Ross tiene, a su vez, edificios bien conservados y un puente con relieves, construido, cómo no, por los presos. Uno de ellos se ocupó de aligerar la obra a cambio de su perdón y plasmó su cara en uno de los relieves. En esta ciudad hay también una cárcel de mujeres.

Oatlands se encuentra al borde de un lago. Esperaba que fuera un sitio bonito, pero el lago estaba prácticamente seco.
La ciudad de Bothwell no tiene mucho que ver, pero lo divertido es que es de origen escocés y las calles están señaladas con indicadores diseñados con tartán. Hay un puesto de información que explica a qué apellido corresponde cada tartán.
En Hamilton, que tiene unas cabañas preciosas que se alquilan, tomamos un helado de las frutas de la zona. Hamilton es pequeña y tiene una iglesia con una única puerta para evitar que los presos que iban a misa se escaparan.

Acabamos el día en New Norfolk. Encontramos una posada llamada Bush Inn que tiene un letrero que indica que es el hotel con venta de alcohol más antiguo de Australia. Lo llevan dos hermanos pelirrojos que hablan rarísimo. Creo que la gente del interior tiene una forma de hablar diferente. No nos enteramos de nada de lo que nos dijeron. Ni siquiera de los números. Hemos confundido el cuatro con el cinco, que ya es difícil, al pagar.
La posada es una cosa alucinante. Unas habitaciones antiguas con ropa de cama divina, cómodas, tocadores, chimeneas… No hay nadie más alojado y nos han dado la mejor habitación que tenía un armario grande, un tocador, una mesa con dos sillas, un lavabo, una chimenea, un toallero y una cama altísima.