Capítulo III – Mi vuelta al mundo persiguiendo a Magallanes
En las frías aguas del río Santa Cruz se perdió el primer barco de la expedición Magallanes, el Bergantín Santiago. Se estrelló contra las rocas al remontar el río en su intento por averiguar si era el paso buscado. Mientras el bergantín navegaba río abajo al mando del capitán Serrano, Fernando de Magallanes hizo la invernada en la Bahía San Julián. El tres de mayo, día de la festividad de la Santa Cruz encontró un cauce de agua muy ancho, por lo que decidieron llamar así al río. Pasaron seis días navegándolo hasta convencerse de que no iban a encontrar agua salada.

El río sale del lago Argentino donde se encuentra uno de los lugares más bellos de la Tierra: el glaciar Perito Moreno. Aunque la expedición Magallanes no llegó hasta allí al comprobar que solo había agua dulce, nosotros quisimos volver al glaciar, es un lugar que ya habíamos visitado hace años. Salimos temprano hacia el Perito en un autobús pequeño y disfrutamos durante el trayecto de la vista de los flamencos en el lago Argentino. Aunque no lo parezca es verano, o lo que aquí llaman verano, el momento de su llegada.

Hoy hace un día tan soleado que a los lugareños llama la atención. Dicen que vamos a tener una suerte bárbara por poder ver el glaciar en un día así. No hay ni una nube, ni sopla una leve brisa siquiera. Ciertas personas bajan a hacer trekking, y otras se disponen a subir al barco que recorre el lago Brazo Rico, que da a una cara del glaciar que no se ve desde las pasarelas.
Nos dicen que hay cuatro kilómetros de pasarelas. Nosotros recordábamos un mirador con una barandilla y estábamos un tanto aterrados por tener que pasar el día en medio de montones de personas asomadas al mismo sitio. Pero han construido unos caminos que recorren de arriba abajo la ladera de la Península de Magallanes y que permite acercarse mucho al glaciar por la parte donde rompe, el Canal de los Témpanos.

Juanjo y yo estamos asombrados al verlo tan de cerca. Ambos recordábamos que se veía un tanto alejado. Pero el sistema de pasarelas que han montado tiene dos ventajas: por un lado, permite ver el glaciar desde distintas perspectivas y alturas, y, por otro, al haber tantos caminos la gente puede dispersarse y no amontonarse en un mismo sitio.
El primer tramo que recorrimos fue el sendero inferior. No acercamos al punto de ruptura. A nuestra izquierda está el Brazo Rico y al frente la parte de hielo que forma un puente por donde rompe. Juanjo estuvo en octubre de 1988 y la rotura se había producido en marzo de ese mismo año. No volvió a romper hasta 2003. Es muy curioso, porque la secuencia que más se repite, desde que hay recuento, es cada cuatro años. En cambio, tras ese lapso que fue exagerado, las roturas siguen una cadencia más homogénea, excepto la última: hubo una en 2012 y dos más pequeñas en 2013.

En el glaciar, aparte de su tamaño —paredes de cincuenta a sesenta metros de alto y un perímetro de cinco kilómetros, con una superficie total de 542 kilómetros cuadrados— impresionan dos cosas: el azul del hielo, y sobre todo, los sonidos. El azul se debe a que es el único color que no absorbe el hielo. Por eso se ve en distintos tonos. Los sonidos se deben a los desprendimientos de los témpanos en el frontal al caer al agua y dentro del glaciar. Se escuchan constantemente crujidos que provienen de la lengua, disparos al caer pequeñas bolas de hielo, cañonazos al caer trozos más grandes y truenos prolongados cuando caen los propios témpanos.
A causa de la diferencia de velocidad entre la luz y el sonido, cuando escuchas la explosión ya está cayendo el trozo, así que filmarlo es una lotería. Yo lo he intentado, y he acabado tirando todos los vídeos porque la cacería ha sido imposible. Pero hemos visto caer trozos grandes que quedan flotando, azules, en el agua del lago. Algunos son muy grandes, mayores que el barco que lleva a la gente a ver la pared. Contando con que los dos tercios del témpano quedan sumergidos, algunos pueden ser realmente enormes.

Para comprender el tema de la ruptura es mejor ver un mapa del lugar. El lago Argentino tiene un brazo —el Brazo Rico— que pasa por delante del glaciar. El glaciar, por esa parte, avanza hacia la península de Magallanes dejando un canal por donde desagua el Brazo Rico. Pero ese canal se va cerrando al aumentar el hielo hasta formar un dique. Como el Brazo Rico no tiene por donde desaguar, al cerrarse el paso va aumentando de tamaño y subiendo el nivel del agua hasta que rompe el punto del glaciar que se aproxima a la península. Las otras caras del glaciar avanzan hacia el lago, pero deben mantener siempre el mismo margen, al ir cayendo el hielo del frontal hacia el lago Argentino que, a su vez, desagua por el Río Santa Cruz.
El hielo que está en la parte baja del glaciar por la parte de la ruptura, es oscuro, parece sucio. Es la morrena, que arrastra piedras y tierra del valle sobre el que se desliza el glaciar. Avanza dos metros diarios. La parte que vemos puede tener cientos de años. Avanza por gravedad y por el empuje del hielo que viene desde las montañas.

Al caer el hielo, si el trozo es grande, queda una cicatriz azul claro en la pared. Al llegar descubrimos que ha caído un buen trozo y la cicatriz ha quedado bien marcada. Hay pináculos que estamos suplicando para que caigan porque puede ser un espectáculo fascinante. Tengo una columna localizada en la punta norte que tiene una grieta grande y que puede caerse en cualquier momento. Pero dice que nasti. Y ahí se queda, de momento.
Iceberg es una palabra eslava, del noruego, que significa «montaña de hielo», Ice-Berg. Aquí los llaman témpanos, sin más, y así los llamaré en lo sucesivo, ya que iceberg me parece más adecuado para los trozos más grandes, algunos del tamaño de ciudades que se desprenden de la Antártida o del Ártico. Los glaciares de Patagonia no son tan grandes, ya que proceden de las montañas y caen a los lagos y fiordos. Los témpanos que acaban de caer se ven de color azul, destacando al navegar sobre el lago.

Recorrimos todos los senderos, de punta a cabo, viendo el glaciar desde todas las perspectivas posibles. Es uno de los fenómenos naturales que puedes estar mirando eternamente, como las cataratas de Iguazú, por ejemplo. El glaciar atrae constantemente la atención y te tiene siempre en un punto de tensión ya que, al estar prácticamente todo el tiempo retumbando, tu vista se dirige al sitio de donde crees que viene el sonido, esperando ver la caída de un témpano.
Al fondo, se ve la prolongación de la lengua del glaciar hacia el cerro Moreno, pero hay otra lengua que viene desde la derecha convergiendo ambas en la lengua principal.
Buscamos un balcón bonito para comer, y vamos hacia la zona norte, donde encontramos un sitio majo para tomarnos la botella de vino a la salud del glaciar.
No hay sitio mejor para tomarte un vino ni, según Juanjo, «cena romántica» que se compare con esto, por muchas velitas que se pongan.

Ciertamente, nos alegramos mucho de haber vuelto. Aparte de que el día que nos está haciendo es inmejorable, hemos podido ver el glaciar como no lo habíamos hecho antes y, además, pasar allí muchas horas, porque nunca quieres marcharte.
Fuimos al segundo balcón para intentar echar una siesta en un banco, al sol, pero con la fuerza de los cañonazos que hacen estar continuamente dando brincos, no hay manera.
Hacia las 17:30 vimos cómo se iban formando unas nubes sobre el cerro Moreno. Apareció una nube larga, de viento, y varias nubes lenticulares, que son las nubes de frío. Así que empezó a soplar un viento helado que, finalmente, nos obligó a refugiarnos tras los cristales que hay en el primer balcón. La mala suerte es que por la tarde es cuando caen la mayor parte de los témpanos. A esa hora cuando estábamos refugiados, y ya pensando en volver al bus, caían los témpanos casi constantemente, cuando el calor del día los ha calentado suficiente y pienso, ayudados por el viento.

Volvimos a Calafate, despidiéndonos del glaciar. Da rabia irse, pero estoy contenta, porque hemos pasado un día fantástico. Y, como no estaba previsto, ha sido mucho mejor.
He recordado mucho a mi amiga Bego, con quien estuve allí, junto con otras amigas, y que se fue unos años más tarde. Creo que no volví a viajar con ella después de ir por Patagonia, y no sé si ni siquiera la vi después, porque creo que enfermó no mucho más tarde y ya no se movió de Bilbao. De todas formas, siempre estará en mi recuerdo. Por eso este capítulo se lo he dedicado a ella.
BIBLIOGRAFÍA
Fuente Ramos. Mercedes de la, Crónicas desde la Costa
Sánchez Sorondo, Gabriel. Travesía al fin del mundo. Ed. Nowtilus, 2006
Pigagfetta, Antonio, Primer viaje en torno al globo, Ed, Calpe, Madrid, 1922

Un comentario
Mi gratitud a Merche por acercarnos a la magia irrepetible del Perito Moreno. Además de su meticulosa descripción de la orografía del glaciar, pone sobre el relato valiosos detalles personales que enriquecen la.memoria que nos quedará de sus viajes.
A la espera de nuevas entregas…