Capítulo VII de ‘Mi vuelta al mundo persiguiendo a Magallanes’
Habíamos dejado a Magallanes en el Pacífico, sin vientos ni corrientes que le acercaran a las islas de las especias. Fueron tres meses terribles. En palabras de Pigafetta:
Estuvimos tres meses sin probar clase alguna de viandas frescas. Comíamos galleta, ni galleta ya, sino su polvo, con los gusanos a puñados, porque lo mejor habíanselo comido ellos, olía endiabladmente a orines de rata. Y bebíamos agua amarillenta, putrefacta ya de muchos días complementando nuestra alimentación con cellos de cuero de buey, que en la cola del palo mayor protegían del roce a las jarcias, pieles más endurecidas por el sol, la lluvia y el viento. Poniéndolas a remojo del mar cuatro o cinco dias y después sobre las brasas, se comían no mal, mejor que el serrín, que tampoco despreciábamos.
Kia Ora
Mientras Magallanes penaba en esas condiciones, dimos un rodeo y nos fuimos a Oceanía. Primero decidimos ir a Nueva Zelanda. Aotearoa en maorí, es el nombre de esta tierra: La Tierra de la Gran Nube Blanca. Se llamó así porque desde el océano se divisa una gran nube que cubre el territorio la mayor parte del tiempo. Los maoríes acabaron encontrándola desde su migración desde el este de Asia (eran Lapitas) hasta las islas del Pacífico, Samoa, Islas Marquesas, Rapa Nui, Hawái y Nueva Zelanda, entre otras. A Nueva Zelanda llegaron desde Polinesia. Hawaiki es un lugar mítico para ellos.
Kia Ora es el saludo en maorí. Cuando llegaron los maoríes había una fauna que, o bien se ha extinguido, o queda poca. Uno de los animales que ha desaparecido a causa de la caza por los primeros pobladores maoríes es el Moa, un ave similar al avestruz que no tenía depredadores hasta que llegaron los primeros seres humanos.

Los kiwis, aves cuyo nombre comparten la fruta y los neozelandeses que denominan kiwi a bancos, trenes, etc. no tenía depredadores hasta que, con las naves inglesas se introdujo el opossum, un animal parecido al mapache. Este bicho no tiene depredadores y, por tanto, prolifera. Pero está acabando con la fauna local, así que los kiwis humanos lo odian profundamente. Junto con las plantas amarillas, los famosos escobones que en España ponemos como adorno en las medianas de las carreteras y que aquí son una plaga que se come literalmente los bosques, los opossum son otra plaga con la que no saben cómo acabar.
En las islas había, básicamente, pájaros. Muchos de ellos no vuelan, como el kiwi, que es nocturno. Yo lo vi en mi anterior viaje a kiwilandia, en un zoo donde lo tenían tras cristales en una sala en penumbra. Aún así, era difícil verlo.
La cultura maorí está presente en todas partes. Los letreros están en inglés y maorí, pero muchos lugares y calles aparecen únicamente en maorí. Los maoríes son de piel oscura y rasgos finos, con una constitución muy potente. Son gente grandota. Si además están gordos, lo que ocurre con frecuencia, se convierten en una masa que impresiona.
Los tatuajes les cubren gran parte del cuerpo. Las danzas maoríes, por otro lado, son a la vez agresivas y dulces. En el baile hay golpes y movimientos fuertes pero las canciones son melodiosas. Al combinarse ambas cosas resulta una mezcla que impacta. La música maorí se escucha en todos los sitios que requieren ambientación. Al llegar al aeropuerto pasamos por una puerta maorí y nos rodeaban, en el pasillo de acceso al control de pasaportes, imágenes de paisajes con música tradicional muy suave.

Recorrimos Auckland, mucho más bonito de lo que yo recordaba, con un puerto deportivo precioso. Dimos una vuelta por la zona portuaria y volvimos hacia la zona central por otra parte de la bahía que tiene muchas radas. Este lugar tiene muchos entrantes a los que se pasan por puentes. A la vuelta hemos cruzado uno que se abre para dejar paso a los veleros. Hemos visto una casa de reunión maorí. Como es habitual, tiene una entrada hecha con un marco de madera tallada. Luego sigue una pradera y al fondo está la casa. Tiene un tejado a dos aguas, que llega hasta muy abajo, y está bordeado por madera tallada del mismo tono que la de la puerta, de un color rojizo. En el ángulo superior hay una cara con la lengua fuera, el típico gesto de las esculturas maoríes.
Nos preparamos para pasar bastantes días de camping. Como no habría mucho espacio, dejé en mochilas pequeñas todo lo que podía hacer falta, para dejar la maleta cerrada y no tener que abrirla. Alquilamos un coche un poquito más grande que nuestro Toyota Verso, cuyo maletero contenía una cocina, un fregadero y una nevera. El interior, la parte donde estarían los asientos de atrás, disponía de dos asientos largos y una mesa que se plegaba y se convertía en una cama de buen tamaño.
Decidimos irnos directamente a la isla del sur. Vimos el monte Ruapehu, con forma cónica de volcán y aislado, pero próximo a otras dos montañas cubiertas de nieve, las montañas del Tongariro. Pasamos por el río Waikatu y vimos fumarolas saliendo del suelo, en las laderas. Hay muchas plantas geotérmicas. Al principio me preguntaba cómo salía tanto humo blanco de las chimeneas, pero luego me di cuenta de que estábamos en medio de una zona volcánica. El paisaje que habíamos visto hasta ese momento habían sido praderas muy verdes y ‘jugosas’ con colinas de contornos suaves, cubiertas de ovejas merinas, unas con flequillo y culos forrados, prácticamente redondas, otras flacas ya esquiladas. Había también vacas y vimos unos animales cubiertos de lana, pero con cuellos largos que no teníamos ni idea de qué podían ser. No eran llamas, ni guanacos, ni vicuñas. Eran bastante raros, ¿serían sean alpacas? Solíamos verlos solos, junto a las casas y tumbados en la hierba.

Pasamos junto al Parque Nacional Tongariro donde vimos las montañas con nieve del Tongariro y el Ruapehu. Cambió el paisaje drásticamente, pasando a ser una estepa con matojos. No subimos puertos apreciables.
La ruta que seguimos va al sur, por Taupo, y después a Wellington. Paramos en un supermercado de Taupo para comprar algo para comer. Comimos en una zona de pícnic. Por toda la carretera, que está muy bien señalizada, indican con mucho tiempo de antelación las zonas de pícnic y si disponen de baño. También indican las zonas de camping para tiendas de campaña, caravanas autónomas, caravanas como en la que viajábamos, pero necesitábamos baños. Así que no pudimos hacer acampada libre, sino parar de noche en zonas con baño, al menos.